Rubíes por diamantes

Tony Mason terminó su cena en el restaurant Hammadi de Tánger, a la entrada de la Casbah por la parte alta. Pagó su cuenta, añadiendo una propina no generosa, pero sí decente, y decidió regresar directamente a su lancha, para tumbarse a leer un rato, a falta de cosa mejor que hacer. La lancha estaba surta en el muelle al pie mismo de la Casbah, y como no tenía deseos de pasear, decidió atravesar ésta, sin la menor preocupación. Todavía circulaban rumores de reminiscencias romántico-aventureras sobre la peligrosidad de la Casbah, pero lo cierto era que a Tony Mason jamás le había ocurrido nada allí. Por supuesto, era verdad que se veían árabes de aspecto más bien mugriento y poco tranquilizador en las estrechas, tortuosas, descendentes callejuelas que en ocasiones permitían difícilmente el paso de dos personas juntas, pero lo peor que le había ocurrido en tal lugar a Tony había sido tener que rechazar un día a un terco vendedor de haxix.